Capítulo 1. Chupitos de tequila y una suite en el Marriott
El bolsillo trasero
de su pantalón vibró, cogió el móvil e intentó leer el nombre de la pantalla,
pero no veía más que una mancha gris. Estaba borracha. Había estado tomando
chupitos de tequila con Marc, un viejo amigo al que veía a menudo y con el que
en su momento hubo algo más que amistad.
Alice estaba harta,
harta de que le hiciesen daño, harta de tener altas expectativas, harta de
confiar en la persona equivocada. Estaba harta de los hombres, en especial de
un hombre concreto, por eso no le importó el hecho de que apenas veía la
pantalla de su móvil, o el mareo que le entró al levantarse; quería olvidarse
de lo estúpida que había sido, y no importaba cómo. Así que colgó.
No pasaron ni
treinta segundos hasta que el móvil volvió a vibrar y esta vez decidió
contestar. Era él. El causante de todos sus males, de que ella ahora estuviese
en esas condiciones y tan dolida por dentro.
- Alice, soy yo.
Estoy delante de tu casa, ¿dónde estás? Quiero hablar contigo.
- Lo siento, pero
ahora no estoy en casa – contestó con enfado antes de colgar.
El móvil vibró otra
vez.
- En la 46 con
Madison – dijo rápidamente.
En menos de 10
minutos Nate estaba allí. Su pulcra imagen trajeada destacaba en ese bar para
veinteañeros. Alice le vio junto a la puerta y fue hacia él.
Se sentaron en un
banco cercano. Él fue el primero en hablar. Se disculpó de manera sincera por
haberla dejado plantada no en una, sino en dos ocasiones.
Ella no podía creer
lo estúpida que había sido al pensar que un joven ejecutivo y con éxito, se
fijaría en ella y la invitaría a salir, la llevaría a sitios elegantes, y
quizás, llegado el momento la presentaría como su novia. Sí. Definitivamente
había sido una estúpida al pensar eso. Pero ahí estaba él, con su tremendo
atractivo, sentado junto a ella, y disculpándose.
Alice le miró
incrédula mientras él le acariciaba la mejilla suavemente. Y a pesar de lo
enfadada que estaba y de lo que su sano juicio le decía, se inclinó hacia
delante y le besó.
Hacía mucho frío
fuera y Nate sugirió ir a algún sitio a cenar algo. Cuando Alice se levantó del
banco recordó lo borracha que iba y tropezó con su propio pie. El la agarró
firmemente por el brazo.
- Será mejor que te
llevé a casa.
- Nate estoy bien,
te lo prometo, no quiero irme a casa – dijo Alice mientras le cogía de la mano.
Pero era evidente
que no lo estaba. Tropezaba cada dos pasos que daba y estaba congelada.
- Sube al coche.
Ella obedeció y se
acomodó en el asiento de su Porsche Cayenne. La calefacción enseguida le hizo
entrar en calor y comenzó a sentirse mejor. Se detuvieron ante el Marriott.
La habitación era
fantástica, una de las mejores suites.
- ¿Por qué no vamos
a tu casa? – preguntó con curiosidad.
- Está lejos –
respondió él secamente.
Alice se tumbó en la
cama y antes de poder de decirle a Nate lo cómoda que era, se quedó dormida.
A la mañana
siguiente se despertó antes de las 7, miró al otro lado de la cama, buscándole,
pero no estaba. Se dio cuenta de que no llevaba su ropa, sino una camiseta
grande de pijama. Se levantó y fue hacia la salita, seguramente él estaría
desayunando.
Y así era, allí
estaba él, con una taza de café en la mano, perfecto con su traje y leyendo el
periódico.
Alice se acercó
tirando hacia debajo de su camiseta, evitando que se levantase mientras
caminaba, pero fue tarea imposible. A pesar de conocerse desde hacía un mes,
aún no se habían acostado. Ella nunca se había acostado con nadie. Nate levantó
la vista y sonrió mientras le indicaba con la mano que se sentase frente a él.
- Pide lo que
quieras – dijo mientras le tendía el menú de desayunos.
- No hace falta,
cogeré algo de camino a casa.
- Insisto – dijo él
clavando sus inescrutables ojos verdes en los de ella – tienes que comer algo.
Al cabo de veinte
minutos llamaron a la puerta. Alice se levantó de un salto para abrir y se
quedó alucinada cuando al abrir vio, además de un desayuno que tenía una pinta
buenísima, tres bolsas llenas de ropa. Pero no era cualquier trapo que
consigues por 7 euros en las rebajas de Zara, era ropa cara, muy cara.
- ¿Alice Hudson? –
dijo el empleado del hotel.
- Sí, soy yo.
- Aquí tiene el desayuno
que pidió y una entrega que ha llegado esta mañana.
Alice no podía
creérselo, una camiseta y un bolso de Céline, zapatos de Prada, y cazadora
negra de cuero y vaqueros de Gucci.
- ¿Te has vuelto
loco? No puedo aceptarlo, cuesta demasiado dinero.
- Es un regalo
Alice, no tienes que preocuparte por eso.
La verdad era que se
moría de ganas por probárselo así que fue pitando a la ducha y se vistió lo más
rápido que pudo. Aunque se trataba de prendas de lo más corrientes, le sentaban genial.
Cuando se sentó a desayunar, teniendo cuidado de no mancharse lo
más mínimo, Nate se levantó.
- Tengo que ir ya a
la oficina – dijo mientras la besaba en la frente – quédate el tiempo que
quieras, te llamaré esta noche.
Alice no podía
creérselo, aquello era como un sueño. Enfundada en su nuevo atuendo, con la
ropa del día anterior en la bolsa de Prada y su nuevo bolso, puso rumbo a su
apartamento, sintiéndose segura de sí misma y feliz, muy feliz.