To: A
From: C
Una
vez me escribieron una carta, no era una carta triste, ni tampoco una carta de
amor. Podría decirse que era una carta de amistad. Una de esas amistades que
duran para siempre, de las que crecen rápido pero aun así perduran. Esa
carta está escondida entre las páginas de mi antiguo diario, al fondo de ese
cajón lleno de polvo que rara vez es abierto. De vez en cuando, una tarde de
domingo o una mañana soleada o simplemente en algún momento que me apetezca, lo
abro. Saco con cuidado el pequeño cuaderno y busco, más o menos por la mitad, unas
hojas ya arrugadas de haberlas leído en incontables ocasiones. Y entonces comienzo a
leer…
Me
pierdo entre esas palabras que en su momento me fueron dedicadas y por un
instante parece que vuelvo a estar allí, como en un sueño.
En
aquel momento yo consideré que aquello era una carta de amor, llena de cosas
bonitas, todas ellas dirigidas hacia mí. Quizás aquello habría llegado a ser
amor o quizás no, pero la realidad es que, encontrándonos donde nos encontramos
y pasado el tiempo que pasó, ya no importa pensar en lo que podría haber sido,
sino en lo que es. Y en realidad es una amistad, una amistad grande y
fuerte. Eso es lo que me hace pensar que durará, sino para siempre, durante
mucho, muchísimo tiempo.
Desgraciadamente
los sueños duran poco y poco dura también mi ensimismamiento. Vuelvo a la
realidad y pienso en todo el tiempo que ha pasado y el que pasará antes de que
volvamos a vernos, si es que alguna vez lo hacemos. Hasta que eso ocurra podré, al menos, releer una y otra vez nuestra carta y perderme en los
recuerdos.
C.
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